Mucho antes de la pizza surgió un alimento basado, tan solo, en 5 ingredientes principales, harina, agua, levadura, aceite de oliva y sal, y que hoy en día sigue siendo todo un símbolo de la cocina italiana en cualquier parte del mundo y, también, un claro reflejo de la gastronomía mediterránea por la utilización del trigo, el agua, las especias y, por supuesto, el aceite de oliva, también llamado oro líquido, para su elaboración.
Estamos hablando de la Focaccia o del pan plano más famoso de Italia, el cual, como decimos, surgió mucho antes que el alimento por antonomasia de esta gastronomía, la pizza. Y es que, los datos que se manejan de esta variante datan del año 1300, mientras que de la pizza debemos remontarnos a 1732.
Dulce o salado, relleno de embutidos, con tomates cherry, albahaca, orégano, etc. Las posibilidades que ofrece este pan en su elaboración son infinitas y todas ellas ricas y sabrosas, perfectas para degustar en cualquier momento del día o de la noche, ya que en muchas partes de Italia se consume como desayuno o como complemento en comidas o cenas.
Nunca un plato con una elaboración tan simple ha tenido tanto éxito fuera y dentro de las fronteras de este país y, además, ha desarrollado tantas variaciones. Sin duda, la Focaccia reúne siglos de tradición e historia en cada receta que varía y se conserva celosamente en cada región de Italia. Esto se debe a que, por muy increíble que parezca, en algunas partes de este país se consume, por ejemplo, una Focaccia salada, con cebolla, muy típica en el desayuno que se humedece en el capuccino a modo de magdalena.
Combinaciones con sabor y creatividad que le aportan un sinfín de posibilidades a este pan suave por dentro y crujiente por fuera que se convertirá en el acompañamiento perfecto para cualquier comida del día.
Cuál fue su origen
Como ocurre con otros platos o alimentos, no se conoce su procedencia al 100% y existen varias leyendas al respecto en torno a su origen. Ciertas o no, se atribuye su receta tradicional a este país, Italia, variando las regiones y los motivos dependiendo de donde consultemos dicha información. Por ello, debemos remontarnos mucho tiempo atrás para conocer algunos de los orígenes más curiosos que se le atribuyen a este pan italiano.
Una de esas leyendas achaca su origen a las zonas costeras del país, primero por su aire salobre, el cual impedía que el pan leudara correctamente y, por ello, para solucionar este inconveniente, se inventó la Focaccia.
Rápidamente, su popularidad se extendió, ya que, además, suponía un gran alimento repleto de nutrientes y energía para marineros y pescadores. Y es que, además de ser muy nutritiva y sabrosa, la Focaccia posee unas cualidades especiales que favorece su conservación y almacenamiento durante varias semanas, por lo que se convirtió en una comida perfecta para quienes debían embarcarse en alta mar.
Otro origen se remonta al Siglo XVI y, más concretamente, a la ciudad de Recco, quienes inventaron esta receta con el objetivo de sobrevivir al hambre. Esto se debe al hecho de que esta región fue atacada por piratas y, por ende, los lugareños se vieron obligados a vivir refugiados sin apenas alimento. Por ello, con los pocos productos que disponían, se elaboraba este tipo de pan italiano con el que lograron sobreponerse al hambre en la zona.
Pero, ¿su origen es 100% italiano? Lo cierto es que muchas teorías así lo atribuyen, pero otras consideran este invento propiedad de los antiguos etruscos o griegos, ya que son los datos históricos más antiguos de los que se tiene constancia. Lo que si se contempla hoy en día, es que la Focaccia más famosa es la genovesa, la cual cuenta con una denominación de origen protegida llamada “Fügassa”.
Elaboración de la Focaccia
Aunque se ha convertido en un producto de fama mundial, para los italianos no deja de ser un pan artesanal que preparan cada noche para poder disfrutar de él la mañana siguiente. ¿Y cuál es el secreto de este manjar?
Se trata de una receta muy simple que combina con cualquier tipo de queso o embutido y que es muy apreciado tanto en Italia, como fuera de ella. Quizás se deba, precisamente, a la facilidad de su elaboración, unido a su delicioso sabor y perfecto acompañamiento.
Eso sí, a pesar de su sencillez, tiene varios secretos que debemos tener muy en cuenta, empezando por la cuidada selección de los ingredientes, que sean siempre de primera calidad, hasta respetar sus tiempos y sus largas fermentaciones, ya que, como sabes, la paciencia es un ingrediente fundamental de este tipo de cocina.
En primer lugar, para comenzar su elaboración, es necesario diluir la levadura fresca en agua tibia. Para ello, te recomendamos que calientes el agua a unos 25 ºC, que no supere los 30 ºC, esa temperatura es la idónea. Por otro lado, mientras esto se diluye, mezcla en un bol la harina junto con la sal. Mézclalas bien y, una vez lo tengas preparado, vierte la levadura que has diluido previamente en agua.
Ahora es el momento de dejar que todo repose y se mezcle bien. Déjalo unos 10 minutos tapando el bol donde se encuentra toda esta mezcla. Esta parte es muy importante para poder realizar posteriormente un buen amasado.
Una vez haya reposado toda esta mezcla esos 10 minutos, llega el momento del amasado. Puedes realizarlo de dos formas, a mano o con un robot amasador. Nosotros siempre te recomendamos a mano, sabemos que es un trabajo mucho más costoso, pero en La Piccola Stanza seguimos elaborando nuestros platos de manera artesanal, amasando una a una todas nuestras pizzas.
Si lo vas a realizar a mano, antes de empezar el proceso echa un poco de aceite en tus manos o un poco de agua, ya que la masa es algo pegajosa y, de esa manera, podrás trabajarla mejor. Ve plegándola de los lados hacia dentro durante varios minutos, hasta que veas que la masa tenga un aspecto uniforme, liso y homogéneo y, después, déjala reposar unos 4 o 5 minutos tapada con un paño de cocina, por ejemplo.
Si, por el contrario, prefieres realizar este proceso con un robot, simplemente deberás programar un amasado suave de unos 10 minutos hasta que, como en el amasado a mano, veamos que tiene un aspecto homogéneo en toda la masa. Una vez tengas realizado esto, dale forma de bola a la masa y déjala reposando en un bol, tapado, y con un poco de aceite. Dependiendo de la temperatura ambiente deberás dejarla reposar en torno a 1 o 2 horas aproximadamente.
Ahora es el turno de que se dore en el horno. Para ello, prepara tu bandeja con papel especial vegetal y un poco de aceite, para que la masa no se pegue y extiéndela por todo el papel, pero cuidado, no la manipules en exceso, una de las características de este pan es que quede un poco grueso.
Precalienta el horno a unos 250 ºC, más o menos, tanto por arriba como por abajo y antes de introducir la masa debes hacer en ella unos pequeños agujeros, sin llegar a atravesar la masa, para darle esa textura tan característica que tiene. Esto es opcional, puedes realizarlo o, por el contrario, dejar la masa lisa y homogénea. ¡A tu elección!
¡Y ya está! Vigila tu Focaccia para que no se dore en exceso o quede demasiado cruda, el tiempo ideal es en torno a unos 20-25 minutos, dependiendo de cada horno y de su potencia.
Un consejo, una vez retirada del horno colócala en una rejilla para que no se humedezca y no pierda así su parte crujiente. En cuanto a su sabor, puedes degustarla sola, sin ningún ingrediente, o añadir productos extra que le aporten más gusto.
Las posibilidades son infinitas, te recomendamos que experimentes. Unas rodajas de tomate, unas aceitunas negras y un poco de romero, es una de nuestras combinaciones preferidas. ¿Cuál es la tuya?